
El Jueves fuimos a un ensayo de baile para una presentación de la cultura de la isla Rapa Nui, participará mi hija y otras niñas. En el baile, el desplante sincronizado y la seguridad de las niñas hacia que todo fuera ideal; y así era debido a la concentración de todos; en las pausas de coordinación que hacía la mamá (mi esposa), mi hija se sentaba tranquilamente para tomar su lápiz y papel para elaborar sus dibujos o escritos, cuando ya todo estaba coordinado se retomaba el ensayo… esa era la pequeña rutina de practica que se había generado esa tarde.
Ya, al final, cuando todo acaba, Anto sigue su rutina al volver a su asiento tomar su lápiz y continuar con sus actividades. En eso estaba cuando aparezco yo, diciendo:
– Hija, ¡nos vamos guarde todas sus cosas!
Algo pasó, no se que pero su cara se desfiguro, apretó sus manos, dejo el lápiz y el papel, me miro seria, notoriamente molesta; yo hice un elegante mutis para ver que sucedía con su actitud.
Al dejar sus cosas, se levanta y se acerca a mi, toma mi mano y salimos juntos dejando sus utensilios en la improvisada mesa. ¿adonde me llevará? (me decía mentalmente y adivinando el desenlace), entramos en una sala (ocupada) me saco y llevó a otra sala (ocupada) luego a otra (vacía)… me puso en medio, cerro una de las puertas, la otra, se puso 3 pasos frente a mi con manos en la cintura, muy sería y molesta, dice:
– Papá ¿porque cuando empiezo a hacer algo que me gusta, tu me interrumpes para que guarde todo y nos vamos? ¿porque siempre haces eso?… ¿no me puedes dejar terminar?…
– Es que es tarde y debemos irnos – dije ante esos hermosos 7 años.
– uuuurrrrrrRRRRR!!! – gruñe (mi argumento era valido, según yo)
Sale de la sala con sus brazos rígidos a ambos al lado de su cintura y con puños cerrados, se dirige donde estaban sus cosas y se sienta para seguir con su papel y lápiz. Me acerco, con cuidado y mientras la veo dibujar… le digo:
– Amorcito no era mi intención molestarte, pero debemos irnos –
Toma el papel sin importarle lo que había hecho, lo arruga en una mano completamente y me dice en voz baja:
– Mira, este papel eres ¡TÚ!


Alza el puño frente a su cara apretando con mayor fuerza el papel; toma sus cosas las guarda y nos vamos al auto… todos en silencio, regresamos a casa.
Esta historia aunque simpática me ha dejado ver una de las mas importantes lecciones de vida en cuanto al respeto por quienes me rodean y es la afamada regla de oro que algunas veces olvido….
Como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos…
Me refiero al respeto ante lo que denominamos una «equivocación». Solemos simplemente despilfarrar palabras sin sentido, menospreciando las labores de otros o los errores de quienes nos rodean, alzando la voz para que todos vean lo torpe o ineficientes que podemos ser y en muchos casos lanzando epítetos ofensivos para quienes «creemos» lo merecen.
La gran lección aprendida es: Por muy molesta que estuviera mi hija conmigo, por sacarla de su importante actividad y concentración, ella tuvo el maravilloso tino de expresar su molestia respetuosamente, asegurándose de que nadie mas viera su llamado de atención y mi posible vergüenza por el «grave error cometido».
La regla de oro se entiende como ética de la reciprocidad: minimizar el daño, de los pocos y de los muchos, para así maximizar la felicidad de todos…